Día 1.
Jueves, 12 de marzo de 2020.
“Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.” La Máscara de la Muerte Roja. Edgar Allan Poe.
Mando a los niños a la escuela. Armados de sus mini “hand sanitizers”, como si activara un escudo protector anti virus, mezcla de psicología de Vanidades con el “power trip” de tener en su poder uno de los bienes más buscados, pero hediondos a Axe.
En casa, sigo las noticias segundo a segundo. Y, si trato de darles un descanso, ellas me persiguen a mí. Irán, Italia, España, devastados. Boris Johnson los desestima. Donald Trump en un momento lo llama “una gripe fuerte” y, a los diez minutos, una pandemia, pero a él ya estamos acostumbrados.
Trato de mantener un ambiente de normalidad: nos conviene a todos. Así que la práctica de fútbol sigue en pie, con el presentimiento de que podría ser la última por un largo tiempo.
Mientras peleo con mi hijo para que se ponga las canilleras, llega un email de la asociación que coordina el fútbol infantil y juvenil en esta parte de California, donde comunica la suspensión de todos los eventos que dependen de ellos hasta el 31 DE MARZO, así, en mayúsculas (mías). Trato de retrasar la distribución de la información hasta el final de la práctica (ya los chicos estaban ahí, habían tocado los balones y quién sabe si hasta se habían saludado). Sólo Intento regalarles unos minutos más de convivencia.
Camino hasta el supermercado a pocos metros de la cancha, conocido por sus exóticas frutas y verduras, y por sus productos orgánicos. La gente hace sus compras como habitualmente. Sonríe, y eso me da la primera pista de que las cosas no están tan normales como parecen. Muchos llenan sus cestas de granos, quesos, etc. Nada que demuestre pánico ante un desabastecimiento. Los más inteligentes compran cerveza. Son ellos quienes, no tengo la menor duda, saben de lo que hay que aprovisionarse.Pueden contar con que habrá comida: vivimos en “The Land of Plenty”. Lo que hará falta es un suplemento psicológico que nos ayude a lidiar con lo que viene, y eso, hasta donde yo sé, no lo venden en los supermercados. Ni siquiera en los de Berkeley.
Respiro hondo y me dispongo a pagar (soy la número 20 en una línea de 100 personas, así que ahí va mi golpe de suerte del día. Detrás de mí, está la directora de una de las escuelas del distrito. Saluda, y, en un tono no necesariamente traquilizador, me dice “revisa tu email esta noche”.
De ahora en adelante, esa frase será el sinónimo de “tenemos que hablar” de las comunicaciones académicas: como en una relación, sabes que las cosas no están del todo bien, pero prefieres vivir en negación, y, lo que es peor, estás segura de que en este caso el “no eres tú, soy yo”, es totalmente sincero.
Llego de vuelta a la cancha, donde los padres susurran entre sí. Muchos trabajan en el distrito y sólo esperan la ratificación de lo inminente. Se habla de un caso –aún no confirmado- en el High School de la ciudad. Pero no hay nada concreto. Sólo rumores y 20 grados de separación. Caigo en cuenta de que me llama mucho la atención enterarme desde la libertad de una cancha de fútbol que países considerados bastante mas “desorganizados” por este autoproclamado primer mundo, ya han declarado ciudades enteras en cuarentena y van en camino a decretar un toque de queda que afecte a toda una nación. Un chico madrileño me comenta que su tía, enfermera, le dice que en el hospital ya no hay camas. Oh, “eso es en España”, pienso.
Confiada en ese océano de distancia, acuerdo con el entrenador de mi hijo que, mientras no exista una orden explícita que prohiba reunirse a grupos pequeños de niños con fines deportivos, en pro de la sanidad mental de jóvenes y adultos, lo más sensato será mantener las prácticas, respetando normas básicas de contacto –o falta de- Algo aliviada llego a mi casa y, para contrarestar ese momentáneo oasis, cometo el error de prender la TV, mal sintonizada en CNN gracias a las primarias del partido demócrata y recuerdo: CNN tiene la capacidad de transformar cualquier evento en “Breaking News”, y cualquier “Breaking News” en una catástrofe. Muy tarde. Ya el mal estaba visto.
Reviso mis emails: el distrito escolar decide suspender las clases, efectivo inmediatamente para High School, y a partir del lunes siguiente para el resto de los niveles. Preguntas, aún sin respuestas oficiales, van y vienen. Y las preguntas sin respuesta las contesta la imaginación, y a ésa nadie es capaz a ponerle un límite.
Comienzas a poner todo en perspectiva. Te preguntas qué tan importante era ese afiche de ciencias que tu hijo tenía que entregar urgentemente. Te preguntas si valió la pena discutir por la hora de ese partido de fútbol que a lo mejor ahora se juega, con suerte, en el 2022.
Como le dije a un conocido, te preguntas si estás con la persona con la que quisieras pasar encerrado cuatro semanas de tu vida.
Y éste es sólo en el primer día.