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Metas no superadas

Cuando empezó la encerrona del CoVid me hice otra de mis famosas resoluciones incumplidas: escribir más a menudo. Eso, más el firme propósito de dos horas de ejercicio a diario, aprender a tocar el ukulele (!!!!!!), organizar las fotos de mi teléfono, y hacer kimchi, eran miembros de la pandilla de mis “algún día.”

No sé si fue porque me di cuenta de que lo que parecía tiempo libre me hacía sentirme atrapada. O porque no quería pensar, y menos escribir, sobre lo que estaba pasando y así hacerlo menos real. A lo mejor fue culpa de “Tiger King.” En conclusión, de las metas que me propuse al principio de los confinamientos no creo haber alcanzado ninguna.

Sin embargo, la lista de lo que no sabía que tenía pendiente sí se ha ido completando. No tenía planeado reconectar con gente que ni sabía que extrañaba, y que a lo mejor ni sabía que existía. Ni comprobar que en un mes no vas a recordar el 99.9% de lo que crees que es importante hoy. Tampoco pensaba descubrir que “no tengo tiempo” en realidad significa que no tienes ganas.

No sé si mi balance de logros sea positivo o negativo. Tampoco creo que convertir una situación difícil en una auto evaluación sea lo más sano para mí. O para nadie.

Eso sí, después de más de año y medio con demasiado de ese mal llamado “tiempo para mí”, concluí que no debería llamarse “tiempo libre” si estás obligado a tomarlo.

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Los Juegos Pandémicos

Adiós, Olimpiadas. Hola, Juegos Pandémicos: Imagino la frustración de los atletas ante postergación de las Olimpiadas de Tokio debido al CoVid19. Sin embargo, deberíamos aprovechar esta hambre competitiva para crear unos nuevos juegos, los “Juegos Pandémicos”. Lamentablemente, a pesar de mi intención de rendir homenaje a los originales, no pude limitarme a los griegos, así que los pocos historiadores puristas que me lean, discúlpenme.

Categorías Iniciales:

  • Premio “No-Nostradamus”: otorgado a quién siempre sabe con anterioridad lo que va a pasar, pero lo anuncia al día siguiente. Digamos que ve el futuro, pero espera al presente para anunciarlo.
  • Premio “Neo-Gregoriano”: reservado para quienes han hecho de su apego a calendarios y agendas creados –por ellos- para estos tiempos, casi una religión. Por supuesto que para ser candidato a este premio hay que mostrar irrefutable evidencia audiovisual no sólo del instrumento, sino de la felicidad de su estricto cumplimiento.
  • Premio “Magistrum”: Dedica todo su tiempo a asegurarse de que su descendencia tenga una plaza asegurada en Cal, Harvard, Stanford, La Sorbonne, o la Complutense. Para ello convierte cada ocasión en una oportunidad educativa. Ejemplo de lección: “si comes 100 gramos de trigo (incluye peso en sistema métrico decimal, conversión a lbs,  familia botánica y lugares geográficos de cultivo. Bono por primera civilización que dejó de ser nómada por aprender a cultivarlo); ¿cuánto debería pesar eso que dejaste ahí ahora que ya no usas pañales?.
  • Premio “Perfecto Prefecto”: merece un premio por su devoción a la investigación y divulgación, de todo lo que estamos haciendo mal. La humanidad está condenada al fracaso, y él está ahí para explicarnos porqué.
  • Premio “La Tierra es Plana”: ¿qué pueden saber los científicos que él no pueda refutar con una búsqueda de Google? Desdeña años de investigación al leer un artículo, publicado en una revista de farándula o pseudo ciencia, que dice exactamente lo contrario. Se manifiesta especialmente en Whatsapp, pero Facebook también tiene sus candidatos.
  • Premio “Bufón, y no Gianlucca”: para los que al verse encerrados entre cuatro paredes, encontrar parques cerrados y agotadas hasta las novelas mexicanas de Netflix, recurren a reírse de su situación. 
  • Premio “El Señor del Señor de las Moscas”: otorgado a los padres que demuestren más paciencia –o auto control- ante la inminente salvajización de los niños confinados en sus casas. En este caso, no se exigirá prueba audiovisual. Sólo Fé de Vida (de los padres).

Con mucho humor,

Carmen.-

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Distanciamiento-en Red- Social

Me doy buenos consejos a mí misma, pero rara vez los sigo..” – Alicia en el País de las Maravillas

Desde que empecé a utilizar las redes sociales, siempre sospeché que algún día podría arrepentirme de hacerlo. Soy bastante sociable, por lo que este multiplicador de relaciones, y asistente de mantenimiento de las amistades existentes, resultaba perfecto para mí.

Pero que ese arrepentimiento potencial jamás me llevó a dejar de utilizarlas. Era más bien un “me lo dije”, bastante inútil.

Al principio, las usaba para reconectar con gente con la que por razones geográficas o circunstanciales, había perdido contacto. La alegría del reencuentro era comparable a verlos cara a cara. Después, involucioné a utilizarlas por motivos menos nobles, como regocijarmne al ver cómo el tiempo se vengó de ese ex novio que rompió mi corazón a los 12 años. 

Así que durante estos ¿12? ¿13? años de dependencia de estos “peep holes” bidireccionales, presencié, espié y hasta a veces disfruté de enlaces inesperados, rupturas profetizadas, auges y caídas que hubieran pasado desapercibidos de no ser por el efecto repetidor de millones de ociosos frente a una pantalla. Además de evidencias del efecto de los años en la gente… y el de los filtros. 

La peor parte de esta convivencia diaria con las redes sociales ha sido ver cómo se han transformado en una especie de espejo de “Alicia en el País de las Maravillas” bizarro, donde al entrar, persiguiendo a un rabipelado, el sentido común se convierte en sabiduría bíblica, y cualquier pendejo es elevado a profeta. Es terrible cómo la gente sustituyó “investigar” por “googlear”, porque nunca estuvo interesado en conocer más de un tema, sino en saber cuántos lo apoyaban. Esto, lentamente, ha eliminado nuestra capacidad de poner en duda nuestras propias creencias, y en un mundo donde todos pensamos igual, nunca cambiará nada.

Ojalá algún día nos demos cuenta de qué facil se lo ponemos a quienes dependen de campañas de desinformación. Pero, siendo realistas, esto nunca les va a salir en sus búsquedas de Google.

Estoy segura de que esta encerrona del CoVid19 nos ha puesto a todos un poco más filosóficos. Y fastidiosos. Así que entre mis divagaciones, entre “Tiger King”, “The Water Dancer”, y “Terra Plana”, me puse a pensar cuál es el rol que me gustaría darle a las redes sociales en estos momentos: 

1- Actuar como si Facebook hubiera sido lanzado ayer: alégrate de poder reconectar, o mantener la conexión, con tus amigos, porque resulta que ahora todos están lejos. 

2.- No perder el tiempo con pendejos con los que no gastarías un minuto si los vieras en un bar. Si te sientes tentado, escríbeme y te recomiendo unas cuantas series y libros.

3.- Descubrir gente interesante y seguir sus recomendaciones: así conocerás nuevos escritores, música, y escucharás opiniones distintas. Al final de este post añadiré el enlace de la página de YouTube de uno de ellos que disfruto especialmente*

4.- Evitar la política. Sólo verás lo que ya sabes o lo que publican tus amigos. Repito: la pluralidad es necesaria para toda sociedad.

5.- Tratar de no tomar lo que publican los “campeones del home schooling” y el “distance learning” como una invitación a competir o una afrenta personal. Nadie publica nada pensando en mí. No soy tan importante. 

En conclusión, ante esta falta temporal de contacto físico, trataré de sacarle el máximo provecho a lo que está disponible. Que ese “distanciamiento social” sirva para mi salud física, sin que su sustituto virtual acabe con lo poco que queda de mi salud mental.

* “Lecturas de la Cuarentena” https://www.youtube.com/channel/UChfHK1qg0ZsgCh3nMXHrV2A/featured

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“Corona Virus Diaries (or whatever it’s called when you read this) II

“Day 2. Friday, March 13, 2020.

I’ve been living in Berkeley for almost 12 years, and one of my first impressions of this city is that nothing ever happens. It is not that it’s a boring place, or that it doesn’t have a vibrant social or artistic life (we’re 20 minutes from SF), but when you grow up in Caracas, where the normality index is defined by the percentage of uncertainty, the ability to be surprised decreases considerably. In Venezuela, the way of calculating the “Population Density” could be rethought. In essence, it would be the result of calculating the number of inhabitants in an area who are victims of an unthinkable event in relation to a given surface unit. And this area could be just 5 miles. Trust me. It would be high. And perhaps we would start calling it “Depopulation Density.” Hence my poor bewilderment ability and my annoying way of dismissing any event that bothers my dear American friends as ” A First World Problem.” Please forgive me.

Friday starts easy. Having to wake up only just of the boys makes the morning particularly shiny, especially when the one who’s sleeping in is the teenager. The one who goes to Middle School is excited: he thinks that the Spring Break is coming early. And he still has his hand sanitizer! I drop him off at a school where it doesn’t seem like they are preparing for three weeks without classes: good for them. Children do not need to feel that panic. 

I decide not to go to my yoga class and innocently drive to Costco to make sure I get my weekly fix of Coke Zero and Red Bull (don’t judge me). Up until then, I hadn’t realized I was suffering from Venezuelan PTSD; then l I saw the cars trying to get into the Costco exit and panicked. I am only able to calm down after confirming that the gas supply is entirely healthy. At pick up time, the boys say goodbye to each other like any given Friday. I come home and my teenage son already has cabin fever. Luckily, children are not aware of their own mortality. Not even their vulnerability. So not being able to go out and play with his friends sounds like I’m punishing him. And he doesn’t understand what he did to deserve that. 

I’m grasping to the last straws of normality: families make plans to go skiing over the weekend because it’s finally going to snow on this side of California. I check the condition of the roads, and if there are chain controls.  It’s my way to stay in touch with real life.

Oh, and I’m already missing the fact that nothing happens in Berkeley.

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“Diarios del Corona Virus (o cómo se llame cuando leas esto)” II

“Diarios del Corona Virus (o cómo se llame cuando leas esto)”

Día 2. 

Viernes, 13 de marzo de 2020.

Tengo casi 12 años viviendo en Berkeley y una de mis primeras impresiones sobre esta ciudad es que nunca pasa nada. No es que sea aburrida, o que no tenga vida social o artística (está a 20 minutos de SF), pero cuando uno crece en Caracas, donde el índice de normalidad es definido por el porcentaje de incertidumbre, la capacidad de sorprenderse disminuye considerablemente.

En Venezuela podría sustituirse la manera de calcular la “Densidad de Población”, el resultado se obtendría al calcular el número de habitantes en un área que son víctimas de eventos impensables en relación con una unidad de superficie dada. Y esta área podría ser de 20 km2. Créanme. Sería altísima. Y quizás empezaría a llamarse “Densidad de Des-población”. De ahí mi escasa capacidad de asombro y mi manía de llamar cualquier acontecimiento que incomoda a mis queridos amigos americanos “Problemas del Primer Mundo”. Por favor, perdónenme.

El viernes empieza fácil. Tener que despertar a solo uno de los chicos hace que la mañana tenga una luz especial, sobre todo si el que se queda durmiendo es el adolescente. El que va a Middle School está emocionado: cree que le están adelantando el Spring Break. Y aún tiene su hand sanitizer. Lo dejo en una escuela donde no pareciera que se están preparando para estar tres semanas sin clases: bien por ellos. Los niños no necesitan sentir ese pánico.

Decido no ir a mi clase de yoga e inocentemente manejo hacia Costco para asegurarme mi dosis semanal de Coke Zero y Red Bull (no me juzguen). No me había dado cuenta de que sufría de PTSD hasta que vi que los carros que intentaban entrar llegaban hasta la salida de la autopista. Sólo me tranquiliza comprobar que el suministro de gasolina es completamente normal. 

A la hora de la salida, los chicos se despiden como cualquier viernes. 

Llego a mi casa y mi hijo adolescente ya tiene “cabin fever”. Los niños, afortunadamente, no tienen consciencia de su propia mortalidad. Ni siquiera de su vulnerabilidad. No poder salir a jugar con sus amigos suena como si yo lo estuviera castigando. Y él no entiende qué hizo.

Aún quedan vestigios de normalidad: las familias hacen planes para irse a esquiar el fin de semana porque, por fin, va a nevar en este lado de California. Reviso el estado de las carreteras. Controles de cadenas. Hago contacto con la vida real. 

Ya estoy extrañando el que en Berkeley no pase nada.

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Corona Virus Diaries (or “whatever it’s called when you read this”) I

Day 1.

This is for my English readers. <3 You know who you are,

Thursday, March 12, 2020.

“This was an extensive and magnificent structure, the creation of the prince’s own eccentric yet august taste. A strong and lofty wall girdled it in. This wall had gates of iron. The courtiers, having entered, brought furnaces and massy hammers and welded the bolts.

They resolved to leave means neither of ingress nor egress to the sudden impulses of despair or of frenzy from within. The abbey was amply provisioned. With such precautions, the courtiers might bid defiance to contagion. The external world could take care of itself. In the meantime, it was folly to grieve or to think. The prince had provided all the appliances of pleasure. There were buffoons, there were improvisatori, there were ballet-dancers, there were musicians, there was Beauty, there was wine. All these and security were within. Without was the “Red Death.” The Masque of the Red Death. Edgar Allan Poe.

I send the children to school. Armed with their mini “hand sanitizers”, as if guarded with a protective virus shield, a mix of Cosmopolitan psychology and the “power trip” feeling of having in their possession one of the most sought goods, all while reeking of “Axe”.  At home, I follow the news second by second. And, if I try to give them a break, they chase me. Iran, Italy, Spain, devastated. Boris Johnson dismisses the facts. Donald Trump at one point calls it “strong flu” and, ten minutes later, a pandemic, but we are used to him. I try to keep the usual routine: it’s what we need. So soccer practice is still on, but  

I have the feeling that it could be the last for a long time. 

The business as usual fighting with my kid so he’d put on his shinguards is interrupted by an email from the association that coordinates children’s and youth soccer in this part of California. They announce the suspension of all events that depend on them until MARCH 31, the uppercase is mine. I feel like they’re yelling at us.Wow.

 I try to delay the distribution of the information until the end of practice (the boys were already there, they had touched the balls and who knows if they had even greeted each other). I’m just trying to give them a few more minutes of community play. 

I walk to the supermarket, just a few feet from the court, known for its exotic fruits and vegetables, and for its luxury organic products. People are shopping as usual. They’re even smiling, and that should give me the first clue that things are not as normal as it seems. Many fill their baskets with grains, cheese, etc. No panic shopping on sight. The smartest ones are buying beer. It’s them who, I have no doubt, know what to stock up on. We can all can count on there being food: we live in “The Land of Plenty”. What will be needed is a psychological supplement to help us deal with what is coming, and that, as far as I know, is not sold in supermarkets. Not even in Berkeley. I take a deep breath and get ready to pay (I’m number 20 in a line of 100 people, so here is my lucky break of the day. Behind me is the principal of one of the district’s schools. She says” hello”, and in a tone that is not necessarily reassuring, advises me to “check my email tonight”.

From now on, that phrase will be the synonym of “we have to talk” regarding academic communications: as in a relationship, you know that things are not quite right, but you prefer to live in denial, and, what is worse, you are sure that in this case the “it’s not you, it’s me”, is totally sincere . I get back to the field, where the parents whisper to each other. Many of them work in the district and only await the ratification of what’s imminent. There is talk of a case – not yet confirmed – at the city’s High School. But there is nothing concrete. Just rumors and 20 degrees of separation. I realize that I am very surprised to find out from the freedom and openness of a soccer field that countries considered much more “disorganized” by this self-proclaimed first world, have already declared entire cities in quarantine and are on the way to mandate a curfew for an entire nation. A boy from Madrid whispers to me that his aunt, a nurse, tells him that there are no beds in the hospital. Oh, “that’s in Spain,” I think. 

Trusting that there’s an ocean between us.

I agree with my son’s coach that, as long as there is no an explicit order in place banning small groups of children playing sports, for the mental health of young people and adults, the smarter thing to do will be to keep practices, respecting the basic rules of contact -or lack of- Somehow relieved I get home and, to cancel that momentary oasis, I make the mistake of turning on the TV, wrongfully tuned in CNN (thanks to the primaries of the Democratic party) and I remember: CNN It has the ability to transform any event into “Breaking News”, and any “Breaking News” into a catastrophe. Very late. The evil was already seen. 

I check my emails: the school district decides to cancel school, effective immediately for High School and starting the following Monday for the rest of the levels. Questions, even without official answers, come and go. And the unanswered questions are answered by the imagination, and to that nobody is able to put a limit.

You start to put everything in perspective. You wonder how important that science poster that your son had to deliver urgently really was. You wonder if it was worth arguing about the time of that soccer game that maybe now, hopefully, will be played in 2022.

You wonder if you really are with the person with whom you would like to spend four weeks of your life locked up.

And this is only the first day.

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