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Mi ¿vida? como Soccer mom. Parte 1

kikisoccer1Apréndanse esto: el deporte que veía tu papá los domingos en VTV no se llama fútbol. Se llama “soccer”. Fútbol es al que tú le decías “fútbol americano”. Ya. Fin del tema. Aunque confieso mi insistencia en seguir llamándolo football.
Mi transplante a EE.UU. había resultado bastante indoloro en términos de actividades deportivas. Mi hijo mayor, cuando sus compañeros se uníeron a equipos de béisbol o fútbol (perdón, soccer), admitió que prefería los deportes individuales. Así que disfruté de unos años de tranquilidad dedicados sólo al karate: dos horas a la semana. Admito que notaba, angustiada, a las otras mamás siempre apuradas en llegar a unas cosas llamadas “prácticas”, y sus fines de semana, eran una continuación de la semana por unos tales “juegos”; algunas veces a la misma hora de entrada a clases. De lejos, lo que les pasaba era para mí como la gripe y los piojos: no le da a todo el mundo, pero cuidado porque está “en el aire”.
Me repetía frases como “suenan oprimidas”. “Yo nunca seré así”. “Debe ser porque ellas son americanas y yo no”. Con esos aires de superioridad de quien se cree dueña del tiempo de sus hijos o, peor aún, de su propio tiempo.
Así, cuando celebraba haber sobrevivido la escuela primaria sin que el virus me atacara, llegó el equivalente al Apocalipsis Zombie: mi hijo menor descubrió el Soccer. “Caramba, Kiki. No es soccer, es fútbol” fue la primera de las batallas que perdí contra su persistencia soccerística. Empezó tranquilo, en un grupo pequeño de niñitos entrenados por un papá genial. Tan fenomenal que hizo que preguntara ¿”Y por qué nosotros no jugamos contra otros niñitos”? En ese momento supe que no había vuelta atrás. Había sido mordida. Me iba a transformar en una “soccer mom”.

Sin mucha investigación, encontré un club dónde inscribir a Kiki (léase, le pregunté a las soccer mamás veteranas dónde jugaban sus niños) y descubrí que todo lo que creía saber viendo fútbol “de verdad” no servía para nada. No, no era el idioma solamente . Era el “sólo diviértanse, no hay que ganar”, “no hace falta arquero porque la portería es muy pequeña” y  el “Si el niño no quiere jugar sino sentarse a ver mariposas, déjenlo”. No puedo negar lo divertido que resultaba ver a 10 niñitos (5 por equipo) tratando de coordinar qué hacer con la pelota, los pies y la grama. Entender cuál de las dos porterías era la de su equipo era más difícil que la Ley de Gravitación Universal a los 5 años. Ahí aprendí que “Own Goal” era la traducción de “Autogol”. Y que había tres categorías de soccer parents de niños de 5 años:

1.- Los “primerizos” (como yo) que no terminábamos de entender ni siquiera a cuál equipo pertenecía su hijo.

2.- Los “sólo quiero que se divierta y que no me molesten durante una hora”. Generalmente padres de niños que se sentaban a ver mariposas. Ver mariposas. Literalmente a eso. En el medio del partido.

3.- Los “estoy seguro de que mi hijo es el próximo Leo Messi o la próxima Alex Morgan”. Estridentes.  Generalmente bilingües, con consejos totalmente obvios como “Quítale la pelota Fulanita”, o “Pressure, Menganito”.

Al final de esa temporada, me di cuenta de varias cosas importantes:

Que estaba condenada a, por lo menos, una temporada más de soccer.

Que había aprendido unas frases útiles ,en inglés, para que pareciera que le prestaba atención al juego: “pressure”, “good defense”, “beautiful pass”. Con esas tres frases sobreviviría, por ahora.

Que no tenía una idea clara de quién era el entrenador oficial de mi hijo.

Esoerando que esas nociones fueran mi GPS durante la próxima temporada, me despedí de mis XXXX entrenadores y le recé al Dios del Fútbol para que me guiara con claridad de aquí en adelante. Aún no sé si la estampita a la que le recé tenía a Messi o a Pelé. Pero creo que resultó. Creo.

<Continuará>

 

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De lectura obligatoria

Detesto a los que se sienten superiores porque “leen”. En mi opinión, son una especie de fanáticos religiosos combinados con vendedores piramidales.

A mí me gusta leer. Disfruto un buen -y a veces un no tan buen- libro. Tuve la ¿suerte? de que en mi casa había una biblioteca gigante (entendida como “muchos libros juntos”), sólo 4 canales de TV. Pocas películas de Betamax y algo llamado Atari que me costó algún tiempo entender. Afortunadamente, para mí, la lectura no era una obligación sino un entretenimiento más. De que en la casa de mi abuela en Río Chico un alma caritativa había dejado toda la colección de Agatha Christie. De que mis primos grandes me pasaron “Los Hollister” y “Los 7 Secretos”. De haberme leído escondida “Flores en el Ático” (sí, lo confieso), y de descubrir a Ana María Matute en la “Gran Biblioteca Salvat” de mi papá, sólo porque me llamó la atención que el libro se llamara “Algunos Muchachos”.

Ya va. Soy defensora de, si no “inculcar”, enamorar a los niños de la lectura. No sólo porque leer sea parte de mí, sino porque creo que es indispensable para la comprensión de matemáticas, biología, física o alguna de esas nuevas materias.

Sin embargo, la catarata actual de entretenimiento supone una competencia furibunda contra los libros. Y parte de esa competencia es, a menudo, superior a la oferta literaria. Es aquí donde entra esa categoría a la que me refería en el primer párrafo.

¿Cuántas veces han oído a alguien declarar, orgullosamente, ser lectores empedernidos, y te citan “50 Shades of Grey” como ejemplo? A ver cuántos pseudo gothic geeks pueden nombrar que se autodenominan hard core porque leyeron la trilogía de “Twilight” en lugar de ver las películas.

No tengo nada contra la literatura “de verano” o fácil. Amo “The Hunger Games” y “Divergent”. Pero tengo que reconocer que es muy superior la calidad de “Breaking Bad” que la de “50 Shades of Gray”; o un maratón de “Downton Abbey” que “Twilight”.

Para mí, la lectura no puede seguirse viendo como la tía solterona que te enseña a escribir en cursiva. Aunque parezca que requiere un mayor esfuerzo, es de los hobbies más fáciles -y económicos- que existen.

Mi reto es presentarle los libros a mis hijos de una manera tan fascinante como los buenos shows de TV. ¿Cómo? No lo sé, que me vean emocionada leyendo “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” o “El Tiempo entre Costuras”. Que se pregunten cómo su mamá ve ese novelón de “Dallas” en Netflix y lo para para seguir leyendo “1Q84”.

Ya sé que es difícil. Pero ya les contaré cómo me va.

Y hasta quién sabe si el próximo post sobre esto lo escriba Santiago o Juan Cristóbal.

 

 

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