Tengo algún tiempo tratanto de recordar cuándo fue que escuché “Génesis” por primera vez, porque cuando pienso en eso es como gatear o respirar: siempre ha estado allí.
Trata de recordar cuándo respiraste por primera vez. O cuándo diste ese primer pasito: Imposible, ¿verdad? Así me pasa a mí con esa banda.
Viene con mis primeros amigos (por casualidad, todos niños) que seguramente tenían hermanos mayores a quienes le robaban prestados los elepés.
No tengo la menor idea de cómo sonaría para mi entonces, precario inglés, “Nursery Cryme” ¿Qué juego de palabras ni que juego de palabras? Eso era música y ya.
Tan lindo mi papá: llegaba con los discos de Enrique y Ana (así nos daba un descansito de sus sábados de ópera mañanera) mañanas operáticas sabatinas. Mi mamá nos ponía “Sopotocientos” en la TV y me llamaba “Raspón Corroncho”, imagino por el placer que me producía.
Pero yo siempre regresaba a Génesis. Casualidad o predestinación, siempre me los encontraba. Suena fácil, hoy en día tenemos YouTube, Apple Music o Spotify. Ahora, teletranspórtese a 1975 y estén pendientes de “La Música que Sacudió al Mundo” o “Síntesis” a ver si, por casualidad pasaban algo de Génesis. Persigan a los amigos que tenían hermanos estudiando en EEUU y “quítenle prestadas” las “Billboard”,y las “Rolling Stone”. Eso sí era amor. Sobre todo cuando era correspondido por algún recién llegado de los “Estates”, que se tomaba el tiempo de grabarte un cassette con lo último que habían sacado… aunque fuera copiado. Pero primero te hacía un “pop quiz” a ver si te sabías los nombres de los miembros de la banda y eras merecedora del “tesoro”. Mi devoción por Génesis -a pesar de pertenecer al sexo femenino- me otorgaba puntos extra: era como ser un elefante morado, así que si se me olvidaba que había existido John Mayhew antes de Phil Collins, igual me llevaba my cassette. ¿Será por eso que nunca tuve espacio en la memoria para aprender a integrar?
Génesis siempre ha aparecido de las maneras más insólitas en mi vida. En mi escuela había dos niveles de clases de inglés: el de las que sabíamos que “pollito” era “chicken”; y el más avanzado, que sabía que “Island” se pronunciaba sin la “s”. Por una extraña razón, terminé en el grupo “avanzado”, por donde desfilaron una serie de profesoras que a la semana descubrían que había más en la vida que enseñarle inglés a malcriadas de 13 años. Uno de estos personajes, una muchacha de ¿25? años, y un entusiasmo comparable al nuestro, entró a la clase, se paró frente al pizarrón, escribió su nombre y nos sentenció “tienen que aprenderse este poema para mañana, porque van a recitarlo frente a todo el salón”, y repartió unas fotocopias tituladas:
“Dancing with the Moonlit Knight”
(by Steve Hackett and Peter Gabriel).
Ha sido el “20” más fácil que he sacado en mi vida.
“And it’s Hey, babe, your supper’s waiting for you. Hey, my baby, don’t you know our love is true? I’ve been so far from here. Far from your warm arms. It’s good to feel you againIt’s been a long long time, hasn’t it?”